Desde hace unos años, quien más y quien menos, hemos oído aquello de enviar a los niños pequeños, sobre todo a edades muy tempranas, al rincón o a la silla de pensar. Es muy común en la etapa de Educación Infantil.
La razón que motiva esta estrategia, relativamente nueva, responde a alguna travesura de los niños, a una rabieta, a faltas de respeto hacia otros niños o las educadoras….. Además, también es frecuente que en casa los papás y mamás hayan establecido una silla o rincón de pensar.
La idea de fondo que se persigue es que los niños reflexionen y recapaciten, para que aprendan que lo que han hecho no está bien. También se les pide que lo hagan “tranquilos, sin molestar a los compañeros”. A la pregunta de “¿has pensado ya lo que ha ocurrido? ¿Qué vas a hacer ahora?”, los niños responden normalmente con un sí, seguido de “pedir perdón”.
Ni es verdad lo primero, ni sienten lo segundo, con lo que hay un 99% de posibilidades de que la conducta se repita.
La verdad es que les pedimos algo que la mayoría no puede cumplir, al menos, de forma que les sirva de aprendizaje. Y no es diferente esta cuestión para los adultos que, cuando nos enfadamos, ni podemos pensar con claridad, ni queremos hacerlo, y podemos llegar a ser muy dañinos en esos momentos iniciales con nuestro entorno, si no se nos da espacio.
Aunque el cerebro es el mismo para todos, la edad difiere, por lo que vamos a seguir con los niños.
Ellos no saben pensar, y para eso estamos nosotros, para enseñarles:
- Lo primero que hay que hacer es conectar y empatizar con ellos, pero de corazón, haciendo que se sientan comprendidos en su sentir. No les apartamos del resto del grupo ni les mandamos a su habitación, pero sí hacemos que paren la actividad que estaban realizando, de modo que vean una consecuencia inmediata, hasta que se solucione, pero no como castigo.
- Si la situación lo requiere, es bueno darles espacio para que se desahoguen y se calmen, y eso puede ser llorando, pintando en un papel, gritando con un cojín en la boca para no molestar en exceso, dando puñetazos o patadas a un cojín (importante explicarles que sólo se hace de esta forma, y no vale otra que pueda lastimarles a ellos o a otros), dando saltos o unas carreras, si el lugar lo permite, y cualquier otra que pueda ayudarles a sacar la rabia o la emoción que les invada, porque no saben qué hacer con ella, y lo resuelven como pueden. Es importante que se sientan acompañados y sostenidos.
Una vez que se han calmado, pueden incorporarse a la actividad que se esté haciendo. Si el adulto que esté con ellos puede dedicarles entonces un ratito, es perfecto para hablar sobre lo ocurrido y que lo narren los niños como si fuera una historia, un cuento. Les vamos ayudando a que se expresen, y les guiamos para que ellos solitos busquen una forma de reparar el daño o solucionar el incidente, respetando su decisión. No les condicionamos, ni les obligamos a pedir perdón ni a dar el beso de la paz. No importa si esta fase del conflicto hay que tratarla en otro momento en que el adulto tenga disponibilidad, es mejor eso que hacerlo con prisas.
- Más adelante, se puede hablar en el grupo de la importancia de pedir disculpas, pero les damos un tiempo de aprendizaje.
Lo verdaderamente importante es que sepan reconocer y gestionar sus emociones, y solucionar los conflictos, y la cuestión de las disculpas no es lo prioritario. Sin duda, lo aprenderán, pero no es tan importante a estas edades.
Si esta situación la viven dos niños, y ambos han tenido conductas similares, el proceso es el mismo para los dos, sólo que debería haber una tercera parte en la que cada uno haga lo que ha concluido que debe y está dispuesto a hacer.
Es fundamental no caer en las comparaciones de lo que va a hacer uno y otro, pues al final les estamos enseñando que damos y recibimos en la misma medida, y que el otro va a cumplir con sus expectativas, y eso no es la vida real que se van a encontrar más adelante
Uno es responsable y dueño de sus actos, pero no de los de los demás, por lo que no debemos contar con recibir nada, y así no depende nuestra felicidad o nuestra frustración de los demás.
Esto es parte de una educación emocional sana, y los niños se van a sentir comprendidos y respetados, a la vez que van a ir tomando sus primeras decisiones. No es lo mismo que nos digan lo que tenemos que hacer, que dar la oportunidad a la persona de analizar y razonar lo ocurrido, y tratar de buscar una solución buena para todos. Posiblemente, se llegue a lugares parecidos, pero la diferencia en la forma es decisiva para el aprendizaje y autonomía de los niños.
No sé si muchos educadores estarán de acuerdo conmigo y se plantearán a partir de ahora esta otra forma de hacer las cosas. Se trata de otra perspectiva.
¡Hasta la próxima semana! ¡Vive y disfruta!
Begoña Poza Navarro.