NO: palabra compuesta por dos letras fáciles de pronunciar que utilizamos para negar algo o a alguien.
Si hay algo que los seres humanos aprendemos a muy temprana edad y que, en muchos casos es instintivo, es a distinguir lo que queremos y lo que no queremos, lo que nos gusta y lo que no nos gusta. De hecho, los niños cuando comienzan a hablar suelen tener una etapa de negación constante: a todo responden con un NO, aunque quieran decir SÍ. Es decir, de pequeños practicamos por lo general bastante la utilización de la negación, y lo hacemos de corazón, sin plantearnos lo que nuestra respuesta va a suponer para el receptor, sabemos qué significa para nosotros y, como estamos limpios de juicios, la pronunciamos. ¡Hasta llegamos a decir cosas como: ¡¡NO te quiero!!
Sin embargo, conforme vamos cumpliendo años y nos vamos cargando de prejuicios, de culpabilidad, de responsabilidad ajena, de hipocresía y de falsa bondad, esas dos letras se alejan tanto de nosotros que llegamos a ser esclavos de su ausencia. Y es que claro, si tenemos que quedar bien con el mundo entero, ser “buenos” y no hacer “daño” a nadie, esto hace que no podamos decir NO tanto como quisiéramos a los demás, pero nos lo decimos a nosotros mismos casi constantemente, pues renunciamos a nuestros deseos para satisfacer a otros.
¿Cuántas veces en el último mes has dicho sí cuando querías decir no a los demás? ¿Y a ti qué te has dicho? ¿Qué tendría que haber pasado para que contestases lo que realmente sentías? ¿A quién beneficias con este comportamiento? ¿A quién perjudicas? ¿Qué ocurre en los demás cuando sistemáticamente no les dices NO? ¿Y en ti? ¿Resuena en tu cabeza la frase “tenía que haberle dicho que no pero cómo, es que no puedo hacerlo porque le hubiera hecho daño o se hubiera enfadado”?
Bien, pues te diré que no hacemos nada por nadie. En realidad, todo lo que hacemos es por nosotros mismos, porque experimentamos algún beneficio consciente o inconscientemente que nos hace mantener un comportamiento u otro. Esto supone que ya no deberíamos tener que justificarnos en no querer causar el mal ajeno por no decir NO. ¿Qué es peor, decir sí cuando sentimos con el corazón NO y no entregarnos de verdad, o decir honestamente no y ofrecer sólo lo que podemos dar en conciencia?
Parece difícil, pero no deja de ser un entrenamiento que se va haciendo cada vez más fácil cuando se practica y se experimentan resultados tan liberadores. Todo cambia, porque en ese momento nos hacemos responsables de lo que nos ocurre, de nuestras decisiones y ahí es cuando de verdad empezamos a abandonar la esclavitud y a sentirnos libres.
Como todo comportamiento, este de practicar la negación también tiene consecuencias que no siempre resultan agradables. La persona a quien le decimos NO posiblemente no entienda ese cambio de actitud repentino y se enfade con nosotros, porque la costumbre ha hecho que el deseo se convierta en exigencia y su concesión en una obligación. Si la persona nos quiere, acabará entendiéndolo o al menos respetándolo (se volverá a acostumbrar), y si no es alguien importante en nuestra vida, sencillamente relativizaremos su importancia.
Esto no quiere decir que vayamos por la vida dando cortes y con un NO permanente en la boca. No es tan importante lo que hacemos como desde dónde lo hacemos, es decir, qué nos mueve a actuar en uno u otro sentido, cómo nos colocamos mentalmente para tomar una decisión o adoptar un comportamiento, qué nos decimos.
Te invito a que reflexiones sobre todo esto, tomes conciencia de cuál es tu posición al respecto y, si lo crees oportuno, valores otras posibilidades de actuación en las que no seas tú la última persona en que piensas y la primera a la que sacrificas.
¡ Feliz Halloween!! ¡¡Disfrutad del Puente, sea cual sea vuestro plan!!!
Begoña Poza.